Tres historias. Tres vidas. Gerardo Chan, Deborah y Reyna Patricia se enfrentan a una lucha diaria en contra del estigma que produce el hecho de ser homosexual en México. Pelean porque se respeten sus raíces indígenas y lo que es más duro aún, por ganarle la batalla al sida. El documental “Oasis”, filmado en aldeas de Yucatán, demuestra que en medio del desierto de la desesperación siempre existe el agua.
Gerardo Chan, de 44 años, cuenta, tumbado en una hamaca de una casa colonial de Mérida, Yucatán, que un día su pareja le dijo que lo quería. Después, ese amor, su amor, murió de cirrosis. “Me caí. Me empecé a despedir esperando la muerte. Mi papá sufrió un doble ‘shock’, primero por lo del VIH y segundo por ser homosexual. Yo sufrí la discriminación de mi familia”.
Otro día, después de un aguacero, Gerardo le dijo a Alejandro Cárdenas, periodista y director del documental ‘Oasis’, que “la lluvia lavó el cielo”. Entonces, cuenta Cárdenas, “me sentí limpio y supe que no sería difícil filmar un documental con gente así, con ese tamaño de corazón”.
De acuerdo con las últimas cifras oficiales, en México se registraron en el 2012 más de 150.000 casos de sida. Los portadores del virus son, en su mayoría, hombres y mujeres con edades comprendidas entre los 15 y los 49 años.
Detrás de ese número se esconden personas que han sido invisibilizadas en todos los niveles de la sociedad. Alejandro Cárdenas, periodista de 37 años del estado norteño de Coahuila, conoció a Gerardo y “vio” su historia y la de otros compañeros que vivían en el centro Oasis de San Juan de Dios. Decidió narrarlas acompañándolas de la mirada lúcida de Meeri Koutaniemi, fotoperiodista finlandesa de 25 años. El resultado es el documental ‘Oasis’, un proyecto audiovisual que le da voz desde el corazón a quien no la tiene.
Una casa para todos
Alejandro Cárdenas explica que Oasis de San Juan de Dios es un albergue ubicado en el pueblo de Conkal, estado de Yucatán, a una hora de viaje de la capital, Mérida. Allí se ofrece cobijo y esperanza a quienes, por el hecho de ser seropositivos, han sido relegados de todas partes: del seno de sus familias, de las instituciones de salud y pareciera, por desgracia, que de la sociedad misma.
“Oasis funciona, como decimos en el documental, como una puerta hacia una vida más digna o como una última morada que brinda refugio sin restricción alguna”, añade Cárdenas.
Gerardo Chan es originario de Sitpach, un pequeño municipio de Mérida con 1.502 habitantes e inmerso, como muchos otros, en un ambiente machista e intolerante hacia la homosexualidad. De hecho, Chan cuenta que estuvo viviendo en un chiquero como castigo paterno por su elección sexual.
Le diagnosticaron que padecía sida en 1999. “Para mí sida era igual a muerte”, dice mientras se maquilla para la sesión de fotografías. Hace doce años, su novio, seropositivo, falleció de cirrosis. Gerardo empezó a morir como mueren las personas ahogadas en su soledad. “Si conseguí vivir fue gracias a Oasis”, afirma sonriente.
Chan estuvo 8 años en el centro y, desde entonces, su forma de ayudar a quienes, como él, han sufrido o sufren la discriminación de una sociedad prejuiciosa e ignorante, es mediante el activismo. “Viajo por el país, doy conferencias. Ayudo a la gente compartiendo mi historia, dando mi testimonio…”.
Tantas vidas sin pasado…
Cárdenas comparte momentos muy duros que le tocó presenciar, como la muerte de seis personas en condiciones realmente precarias. Algo más que alarmante teniendo en cuenta el desarrollo actual de la medicina.
“Al final del día, seis resulta ser un número exiguo: Carlos Méndez Benavides, director del albergue, me contó que a lo largo de diez años han muerto en sus brazos poco más de 300 personas. Un número inimaginable. Tantas vidas sin pasado, tantas historias sin recuerdos”, lamenta el periodista.
Destaca, además, que el documental filmado en pueblos de Yucatán trata de poner sobre la mesa las pequeñas grandes historias… “Esas del sufrimiento y el esfuerzo diario”.
En este sentido, el documental ‘Oasis’ se enfoca en tres historias de vida: la de Gerardo Chan, quien a pesar de haber sido relegado y expulsado del seno familiar, se rehizo y hoy trabaja como jardinero y ha perdonado a su familia. Esa es la parte de Gerardo que más le interesaba a Cárdenas contar en el filme: el derecho que tiene cualquier seropositivo a amar y ser amado, a trabajar y a llevar una vida como todo el mundo.
Una tarea muy difícil para quienes, como Deborah, otro personaje del filme que vende sus amores peregrinos al mejor postor a cambio de una sonrisa y 200 pesos, no solo tienen que luchar contra el estigma del sida, sino que además deben enfrentar la intolerancia por su orientación sexual y la exclusión social por sus raíces indígenas.
Otro personaje central en el documental es Reyna Patricia, quien, por las mañanas, siempre le contaba a Alejandro lo que había soñado la noche anterior. “En ella quise explorar esa ‘doble vida’ que va, entre la prostitución y un trabajo común y corriente, como lo es la cocina. Más allá de la actividad laboral, en Reyna Patricia uno puede oler un corazón con falta de amor, un día a día con falta de oportunidades y un deseo de componer el camino”, confiesa el director del proyecto.
Deborah, en cambio, ve la prostitución como única puerta de salida: lleva ejerciendo tal profesión desde los 14 años de edad y, como ella misma asegura: no sabe hacer otra cosa. Y aunque quisiera: "los travestis en Yucatán están condenados a realizar solo tres tipos de trabajo: o se es estilista, imitadora en cabaret de poca monta o prostituta. No hay más", dice Deborah, quien muestra en el documental la ausencia total de un trabajo digno consecuencia de los prejuicios.
Sin embargo, también nos enseña una historia ya vista muchas veces, pero no por ello menos fuerte: el pasado familiar y la violencia que orilla en los caminos de vida tortuosos.
El documental de las voces
“Mis tres personajes están ligados al albergue Oasis en el sentido de que los tres viven o vivieron allí”, afirma Cárdenas. Un lugar con las puertas de la tolerancia abiertas de par en par. Un remanso de paz, según atestigua Gerardo Chan: “Llegué al albergue con la autoestima por los suelos. Decidí empezar de cero. Solo una de mis hermanas me apoya. Luego estuve con otra pareja. Volví a casa. Encontré trabajo y decido comenzar a contar mi historia. Me independizo. Le debo mi vida a Oasis”.
A la pregunta de ¿cómo podría contribuir el proyecto a la lucha contra el sida y, sobre todo, contra la estigmatización de la sociedad por ser homosexual, primero, y ser portador del virus, en segundo lugar?, su director afirma que “la gran apuesta del documental es mostrar el día a día, la lucha diaria de un seropositivo como una forma de gritar: “¡Aquí estamos y tenemos derecho a amar y a ser amados; a trabajar dignamente y a gozar de la vida!”.
La vida en los pueblos yucatecos (el documental está filmado en Sitpach, hogar de Gerardo; Motul, hábitat de Deborah y Conkal, donde se encuentra Oasis y a donde Reyna regresa cada cierto tiempo), puede llegar a ser difícil.
“En México decimos “pueblo chico, infierno grande” y ser portador y ‘maricón’ como se les llama comúnmente, es un problema mayor. Pero lo inaudito es que la situación no cambia mucho en las grandes ciudades. Entonces, si el documental, aunque no sea un medio de proyección masiva, ayuda para que algunas voces alcen un 'ya basta', entonces, ese día, sentiré que nuestro trabajo de años llegó a buen puerto”, dice Cárdenas.
Falta educación
“Tiene razón Gerardo cuando dice que falta educación: en casa, en la escuela, en las calles. La educación como medio y fin que nos haga más tolerantes hacia el que piensa diferente; al que decidió ejercer su sexualidad acorde a sus preferencias sin importar el qué dirán; solidario con quien porta el virus y abierto hacia un mejor mañana en el que todos tengamos un espacio. Ni más grande ni más chico, solo un espacio y un país que sea de todos y no solo de unos cuantos", añade el periodista.
“Tengo derechos. Hay mucha ignorancia. Falta educación sexual en escuelas, en las calles… Me considero feliz. Siempre hay gente que me hace sentir importante. No me complico la vida. Soy cuidadoso en mis relaciones. Uso condón. La gente me acepta en mi pueblo. Me trasvisto. Me gusta. Mi nombre artístico es Mariela. No es una enfermedad. Comparto todos los cosméticos con mi hermana. Me gusta que me traten como mujer. Me gusta la vida galante”, enumera sonriente mientras delinea con un lápiz negro unos ojos repletos de vida y de elegancia.
Brillan con luz propia y uno no tiene que darles visibilidad, sino solo respetar su espacio y con paciencia y cariño seguir sus vidas. Son Gerardo, Deborah, Reyna Patricia y muchos más, porque el documental ‘Oasis’ lo único que busca es que sus palabras entren por los oídos y por los ojos, se estanquen en el corazón y germinen como ideas para hacer ‘algo’. Si Reyna, Gerardo y Deborah abrieron sus vidas para este documental fue con una simple pero profunda condición: que algo cambie. Que sus historias ya no se repitan en los mañanas por venir.
EFE REPORTAJES
- Publicación
- eltiempo.com
- Sección
- Cultura y entretenimiento
- Fecha de publicación
- 15 de enero de 2013
- Autor
- EFE REPORTAJES